Después de todo, llegué a mi casa. Después de los nervios, el dolor, las agujetas, la desesperación... pero también después de las risas, el buen ambiente, el compañerismo... después de todo, aquí estoy.
La vivencia se queda en el corazón y en la memoria. Hay que usarla en la vida cotidiana para saber afrontar las ampollas que irán saliendo con paciencia, sabiendo que, tarde o temprano, si se sigue caminando, se llega al albergue.
¡Me alegro tanto de haberlo hecho! Y todavía me alegra más haberme dejado convencer por Kike para comenzarlo mucho antes de Sarria.
¡Me he sentido peregrina, continuadora de una tradición que se remonta a más de mil años!
Llegar a la plaza del Obradoiro es una emoción única, mística. Sabes que estás en un lugar con una energía especial, antigua. Sentarte en el suelo, mirando a esa catedral ha sido lo mejor de mi estancia en Santiago. Fijarte en cada detalle de la fachada, contemplar la llegada de los peregrinos y emocionarte recordando la tuya, mirar a la gente que se tumba en el suelo para ver la M del mundo, se sienta a hablar o simplemente contemplar igual que yo.
Era cierto lo que decía un amigo: lo que cuenta, lo que te queda es el Camino en sí, pero también era cierto lo que decía yo: sin esa meta maravillosa, el Camino no tiene sentido (al menos para mí). Sería sólo hacer senderismo, sería hacer un viaje, una excursión. Es llegar al corazón de Santiago, a ese kilómetro 0, lo que hace que el Camino se meta en el alma y no salga nunca más...
¡¡Buen Camino!!
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