Bien temprano salimos para buscar un sitio decente para desayunar. El piripi de nuestro "casero" nos aconsejó un buffet del tipo "todo lo que pueda comer" y allí nos dirigimos. No estuvo mal e incluso intenté tomar un desayuno típico escocés, pero fue imposible, lo más un huevo frito (la salchicha al final se la di a Vimbrio). Por las mañanas a mí sólo me entra tostadas, croissant, cereales...
Bien desayunados, cogimos el coche y nos fuimos por fin hacia las Tierras Altas con mucha expectación, porque nos habían hablado maravillas de esa zona escocesa.
Primero fuimos hacia el Parque natural de Tayr. Cogimos una rutita tranquila y al principio era un sitio normalito, tampoco es que fuera una naturaleza desbordante, pero era bosque, al fin y al cabo, y lo disfrutamos mucho, pero, por mitad del camino, vi hacia mi derecha un trocito de bosque que se salía del camino marcado y le hice una foto. Vimbrio al verlo me dijo que nos saliésemos del camino para ver mejor esa zona y vaya si acertó!!
Qué preciosidad! El día se oscurecía en esa zona, un río surcaba la zona, pero a mí lo que más me impresionó fue la cantidad de verde en el suelo. Desde el camino parecía hierba, pero cuando nos adentramos nos dimos cuenta que eran tréboles. Jamás en mi vida he visto más cantidad de tréboles reunidos en una misma zona. Entre los tréboles te encontrabas también pequeñas setitas. Vamos, una prenda de sitio!
Una vez hubimos acabado nuestra ruta seguimos el camino hacia Inverness.
Empezamos a ver las montañas de las Tierras Altas, aún no serían tan impactantes como las que veríamos al día siguiente, pero ya te dejaban muda.
Esas montañas son abrumadoramente bellas, el paisaje es abrupto, salvaje... tal y como yo imaginaba que debía ser Escocia.
Hacía mucho frío. Yo estaba preparada para los 14 grados de Edimburgo, pero definitivamente no para los 8 grados de las Tierras Altas, así que paramos en un pueblecito para tomar algo caliente.
Me pedí algo que siempre tuve ganas de probar: una taza de chocolate caliente con crema y nubes!! (síiiiiiiii, como las que se ven en las películas y las series americanas!!!!)
Más entonados, seguimos nuestro camino.
Llegamos a Inverness. Nuestra casita estaba regentada por una mujer oriental la mar de simpática (seguíamos teniendo suerte en ese aspecto) y nuestra habitación era la mar e bonita y sobre todo me gustó la ventana y me acordé muchísimo de mi madre. La ventana era de éstas típicas que tienen el alféizar dentro de la habitación en lugar de fuera y te puedes sentar o poner cojines o muñecos o libros.... Siempre nos gustó a las dos ese tipo de ventanas y nos quedábamos encantadas cuando la veíamos en alguna peli inglesa. No pude evitar hacerme una foto en ella en homenaje a mi madre.
Íbamos a ir al lago Ness, pero ya nos habíamos metido una buena paliza de coche y además el pueblo se veía muy bonito. Nuestra habitación daba al río y el paseo se veía precioso y, la verdad, me apetecía mucho más dar un tranquilo paseo que volver a subir al coche, así que dejamos el misterioso lago Ness para el día siguiente y nos fuimos a ver un poquito de Inverness.
Lo dicho, es un pueblo muy bonito y animado, tiene su catedral, sus edificios históricos y, por supuesto, su castillo.
Bastante pronto nos metimos en un pub para nuestra pinta de cada día y ya también para cenar. Estaba tan a gusto y la pinta de Guiness estaba tan buena que me pedí otra y pillé una cogorza... pero como mis borracheras se caracterizan porque me hincho de reír, no le causé mayor problema a Vimbrio.
Seguía haciendo un frío de mil demonios, pero yo iba feliz y contenta. Fue un día estupendo y el paisaje del día siguiente sería ya el pasmo de la belleza, además veríamos el famosísimo lago Ness y entraríamos en la isla de Skye, de la que también nos habían hablado maravillas... esta parte de la luna de miel, prometía!!!
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