Nunca me pude imaginar que me resultaría triste volver a una ciudad tan bella como Edimburgo, pero en esta ocasión, así era. Volver a Edimburgo significaba acabar con la luna de miel.
El único consuelo es que ese día, en la capital escocesa, nos íbamos a volver locos haciendo compras para nuestros seres queridos y para nosotros mismos (yo me consolaba con eso y con la idea de la cantidad de fotos que llevaba para hacer scrapbooking, mi cámara de fotos se había convertido en mi mayor tesoro)
Llegamos pronto pero tuvimos que esperar media hora en la puerta del hotel porque la dueña estaba comprando. He de decir que, aunque la señora era muy amable, esa fue la peor habitación, el suelo crujía mucho y por algunas partes se hundía, el lavabo era minúsculo (como el baño en general) la cisterna del water hacía un ruido muy desagradable y cuando menos te lo esperabas y no me pude duchar porque no había manera de dar con la tecla para que saliera agua del grifo.
Pero bueno, estábamos en Edimburgo y eso es mucho.
Después de las compras (fue un momento genial, a lo Carrie Bradshaw) nos perdimos por la ciudad caminando sin rumbo fijo.
Comimos en el mismo lugar donde lo hicimos la primera noche que llegamos, hizo hasta solecito y las terrazas estaban llenas. La ciudad estaba resplandeciente.
Pero duró poco, fue salir del pub y comenzar a llover. Durante toda la luna de miel me ha gustado mojarme, pero en esta ocasión iba cargada de bolsas y regalitos y no era plan de que se echaran a perder, así que Vimbrio aprovechó para tomarse una cerveza en The brew dog, un pub que hace su propia cerveza y que ya le había llamado la atención anteriormente.
Cuando cesó la lluvia, volvimos a la calle... en realidad, no hay nada destacable que contar en esa ocasión, seguíamos disfrutando de la ciudad, pero con un poso de tristeza.
Cenamos y nos fuimos a un pub muy típico que hay en la Royal Mile y que también tiene música tradicional, aunque irlandesa, porque he de decir que en cuestiones musicales, Irlanda le gana a Escocia por goleada.
Volvía a llover a cántaros y temíamos que por culpa de la lluvia no bajasen los soldados gaiteros, pero afortunadamente, a ellos no les asusta un poco de agua.
Cuando se acercaba las 22:30 nos salimos del pub, a pesar del frío y la lluvia. Nos teníamos que despedir de Edimburgo con esa bajada solemne y espectacular. Eso sí, fue acabar la canción Scotland the brave y salir pitando hacia el autobús (que tardó lo que no estaban en los escritos el puñetero)
Ya no volveríamos a pisar Edimburgo. En un principio pensamos aprovechar la mañana del día siguiente en el centro, pero viendo el retraso del bus no nos atrevíamos porque perfectamente nos podían dejar tirados y perder el avión. Y yo, en concreto, quería que lo último que viera en la ciudad fuera a los gaiteros.
Ay! al día siguiente volveríamos a la calor, la peste y el griterío, estaba muy triste!
Lo que aún no sospechaba es que nos quedaba un as debajo de la manga!! XD
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