martes, 2 de septiembre de 2014

LLEGADA A PERTH DESPUÉS DE DAR MUCHAS VUELTAS

Después del desayuno, volamos hacia el centro porque nos esperaba el castillo de Edimburgo. Me gustó mucho a pesar del viento frío que corría, sobre todo me gustó toda la zona donde se encuentran las joyas de la corona escocesa, descubiertas por sir Walter Scott.
También había un profesor de música que mostraba en un gran salón instrumentos renacentistas y, por supuesto, Vimbrio se interesó muchísimo y hasta tocó alguno.




Después de comprar unos bocatas en un sitio muy cuqui-hippy llamado Black Medicine, cogimos el coche (que ya Vimbrio manejaba sin problema) y pusimos rumbo a Stirling.
El pueblo es una preciosidad, me gustó mucho y, si no hubiésemos ido antes al castillo de Edimburgo, habríamos entrado al de Stirling, pero dos castillos en un día con todos los paisajes que podíamos ver, como que no...


Estuvimos paseando por los alrededores del castillo, el cementerio antiguo que tiene unas vistas impresionantes, la cárcel e incluso vimos a lo lejos la que parecía la torre de Rapunzel rodeada de bosque, que me fascinó... luego descubrimos que era el monumento dedicado a William Wallace.




También tomamos café (éste sí era medio decente) en un rinconcito muy bonito junto a una ventana llena de flores y con vistas a la plaza... precioso!
Vimbrio quería ir al pueblecito de st. Andrews y al monumento de Wallace, pero, como el primero estaba lejos, decidimos dejar la torre para el día siguiente.
Esta parte de la tarde no me gustó mucho, es decir, el paisaje muy bonito, pero fueron dos horas de viaje por carreteras llenas de curvas y cuando llegamos a st. Andrews ya era tarde y sólo estuvimos 15 minutos y me dio coraje porque el pueblo se veía muy bonito, pero aún nos quedaba una hora y pico para llegar a Perth, así que fue una tarde casi perdida subidos en el coche.





Menos mal que el paisaje hasta Perth es precioso, sobre todo cuando cruzas un puente sobre un entrante de mar que es impresionante.
Llegamos por fin al hotel a las 8 de la tarde. Los dueños son un matrimonio ya mayorcete. El marido nos recibió como si fuésemos familia, nos pareció super simpático (luego nos dimos cuenta que estaba un poco piripi). La habitación nos encantó, de las más bonitas en las que hemos estado (hemos tenido bastante buena suerte con las habitaciones).



Soltamos las maletas inmediatamente y nos fuimos a buscar un sitio para cenar. Entramos en una pub muy chulo pero resulta que dejaban de servir cenas a las 8 de la tarde y ya eran las 8:30. Preguntamos a los porteros y nos dijeron que era muy difícil encontrar un sitio que sirvieran cenas a esas horas, salvo un chino. Yo lo siento, pero no me gusta nada la comida china y sólo de pensarlo se me cortaba el hambre, menos mal que vimos un hundú.
Ha sido uno de los sitios más pijos en lo que hemos entrado, pijo en cuanto al servicio y el trato que no en los precios, menos mal. Comimos maravillosamente bien y super contentos con el lugar.
Salimos a la calle y no había un alma, silencio total y absoluto, eso, unido al cansancio del día tan completito, nos hizo volvernos al hotel porque la verdad es que la ciudad no invitaba a pasear por la noche y encima, para llegar al hotel, había que caminar más de 10 minutos por un parque oscuro y solitario, así que, nada, a la ducha y a la cama!
El día siguiente sería uno de los más bonitos de la luna de miel. Iríamos al monumento a William Wallace y sobre todo a Stoneheaven que me sobrecogió...

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