viernes, 26 de julio de 2013

Cuarta etapa: Triacastela - Barbadelo

Ese día no íbamos a seguir el itinerario que teníamos, el cual indicaba que el final de la etapa estaba en Sarria. Como eran un total de 18´3 km y nos parecía poco, decidimos adelantar de la siguiente etapa y quedarnos en Barbadelo.
Aún así, era una etapa más floja que las anteriores, pero no fue así. 
El paisaje fue espectacular, al estilo asturiano. El Alto de Riocabo fue como entrar en un mundo antiguo y místico donde el verde intenso era el único protagonista, no apetecía ni hablar, sólo contemplar esos árboles, el musgo que lo cubría todo, las flores y el sonido de los pájaros. Fue el mejor día, en cuanto a belleza paisajística.




Lo malo y lo que hizo que se nos echara el tiempo encima fue, primero, que nos levantamos demasiado tarde, 6-6:30, y, segundo, mi rodilla. Al ser principalmente una etapa de bajada mi rodilla me hizo sufrir muchísimo, el dolor era insoportable, aunténticos bocados, así que tenía que ir muy lenta y a pasitos cortos.
La peor parte vino cuando llegamos a Sarria, casi todo el mundo se quedaba allí, era su final de etapa, ya podían descansar y, en cambio, a nosotros aún nos quedaba de una hora a dos de camino. Para colmo de males, teníamos que pasar por un montón de cuestas arriba y cuestas abajo (la de la salida del pueblo fue atroz, por empinada y por estar al lado del cementerio).
Ya era tarde, hacía calor, había moscas cojoneras (me tenían desesperada, aún más que el cansancio) y la llegada a Barbadelo era al pleno sol de las 2 de la tarde.
Llegamos agotados y doloridos. Además de la rodilla, comenzó a dolerme la antigua lesión que me hizo dejar el aerobic. Me sentía muy triste y pesimista. Encima estaba equivocada, se me metió en la cabeza que entrábamos en Santiago el viernes siguiente, cuando, en realidad, entrábamos el jueves.
Ese fue mi momento de inflexión, mi bajón anímico total.
Afortunadamente, después de la siesta, al levantarme, noté asombrada que no me dolía nada, me sentía fuerte, optimista e ilusionada.
Además, esa tarde fue estupenda en cuanto a la compañia. Volvimos a coincidir con Migue y Eva (la pobre también tenía los pies al estilo Kike), con Isa, el abuelo, los hermanos... En la cena fue lo más bonito y vivimos el auténtico encanto peregrino: cada uno aportó lo que tenía de comida y cenamos todos juntos. Fue genial y son esas cosas las que hacen que valga la pena los dolores y el cansancio.
A partir de ese día mi cuerpo se acostumbró a las largas caminatas y a los dolores y, lo mejor, es que ya no quedó nada de pesimismo, todo fue ilusión por llegar a Santiago. Empecé a disfrutar verdaderamente del Camino!!

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