lunes, 29 de julio de 2013

Sexta etapa: Gonzar - Ponte Campaña

Ese día comenzó fatal pero terminó maravillosamente bien.
Cuando tocó acostarse el día anterior, Kike estaba muy preocupado por sus pies (con razón). Temía una infección y además le dolían mucho, así que cuando sonó el despertador al día siguiente, él decidió quedarse en el albergue y luego coger un taxi hasta Palas de Rei para que le viera un médico. Yo me sentía fatal. Por un lado, dejar el Camino, aunque sólo fuera por una etapa, era algo muy doloroso para mí y por otro lado, dejar solo a Kike me parecía cuanto menos una traición. Pero Kike no consintió que me quedara con él, según sus palabras, éste era mi viaje y tenía que continuar aunque fuera sola, afortunadamente no estaba sola: Migue y Eva me esperaban para iniciar la etapa y estuve con ellos la mar de bien, aunque con el pensamiento puesto en Kike continuamente.


La etapa fue estupenda. Fácil y divertida gracias a mis compañeros y yo seguía con un magnífico estado físico y el amanecer fue estupendo con el  sol rojo rojísimo.


Tomamos el mejor desayuno de todos los que llevábamos hasta entonces: tanto el pan (he echado mucho de menos el pan de Málaga) como el café estaban deliciosos. Definitivamente, el ratito del desayuno era de lo mejor del día, siempre me sentaba estupendamente y continuaba la caminata con fuerzas renovadas y con muy buen humor.
Caminando, caminando, llegamos a Palas de Rei. Allí estaba Kike. El médico le dijo que no había nada de infección, que podía continuar el Camino y que no dejara de tomarse las pastillas y de curarse con la pomada que compramos en Triacastela.
Después de un bonito camino y de no mucho más tiempo, llegamos a lo que podría llamarse Rivendel, si no fuera porque se llamaba Casa Domingo en Ponte Campaña.
El albergue era una auténtica preciosidad, sin duda el más bonito, acogedor y tranquilo de todos los albergues a los que fuimos y los que iríamos.




Me pasé la tarde sentada en el jardín a la sombra, corría un suave viento que movía la ropa tendida, la dueña, Ana, era un encanto (nos recibió riendo y contándonos anécdotas sobre los peregrinos que habían pasado por allí), mi cama olía a galleta y el dormitorio era solo para nosotros cuatro... lo dicho, podría haberse llamado Rivendel.




Santiago estaba ya muy cerca y ya casi me estaba empezando a dar pena que el Camino llegara a su fin... 

2 comentarios:

  1. La pena se combate repitiendo desde más lejos :P

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  2. Y lo tenemos decidido. No sólo lo haremos desde más lejos si no que también llegaremos a Finisterre :)

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